cuarenta y dos mil metros

Luisina Avellaneda
2 min readOct 25, 2021

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la poesía son cuarenta y dos mil metros

requiere preparativos
aflojar los músculos
advertirles el desgarro
explicarles que esta vez
no sangra ninguna parte del cuerpo
sino que simplemente
se deshace
como una carne que se deshilacha tierna
después de ahogarse por horas
o como una paloma muerta
que se recuesta en el pasto
y se deja desintegrar asimétrica
sin hacerse notar

en el trayecto
hay que aprender a manejar el aire
educar los pulmones
sacarles el relleno
llevarles tranquilidad
que sepan que esto es solo un momento
incluso aunque a veces un poema
se extienda durante toda la vida

si escribo me falta el aire
y si no lo hago
me asfixio,
con el mismo par de manos
amenazo el tiempo
me obligo a tener miedo
y también a resucitar

escribo poesía
corro detrás de algo
durante cuatro horas,
después de la fricción constante
las articulaciones se prenden fuego
los huesos se doblan
el cuerpo está descentrado
los impactos siempre se clavan en la médula
aunque uno crea que se puede correr
con la delicadeza
y el peso transparente de un gato

todo lo que no escribo
se entumece en un músculo
o bruxa en las rodillas,
este esfuerzo primitivo
por desembocar en algún lado
es un instinto de supervivencia

el final
aparece mucho después
de la llegada pública
o acaso nunca,
detrás del tiempo interminable
encuentro la manera de disfrutar
una satisfacción agotada
me repito
que esta no es la última vez,
algún día
voy a volver a escribir poesía
jugar con lo interminable
correr cuarenta y dos mil kilómetros
una y otra vez
hasta entender que el cuerpo
está hecho para aguantar

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